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Jonathan Allen: Paco Suárez o las facetas de la escultura. Signos intemporales y ventanas al futuro

El arte contemporáneo de Canarias ha fundamentado una parte esencial de su diálogo sobre la relación entre el pasado remoto y las épocas del presente, entre los signos materiales de una cultura ancestral y su impacto en la búsqueda identitaria, tanto individual como colectiva. Las Vanguardias Clásicas de Pre-Guerra se esforzaron en proyectar una visión renovada del pueblo y de la geografía local que se oponía al pintoresquismo realista del diecinueve, y para ello su mirada se centró hacia el paisaje agreste del sureste, la flora semi-desértica y los tipos étnicos del Sur. Óscar Domínguez fijaría una de las imágenes “arqueológicas” más importantes de la modernidad en su Cueva de Guanches, y elevaría los paisajes lávicos y geológicos a nuevos avatares. Dos décadas después, mientras los jóvenes creadores canarios retomaban el contacto con estas ideas que habían puesto a Canarias en el mapa de la plástica y la escultura durante 1920 y 1930,  el imaginario pre-hispano con sus alfabetos de formas y signos, cobraría especial relevancia. En el Museo Canario Manolo Millares estudiaría las pintaderas de los antiguos pobladores, que incorporaría a sus bellas expansiones líricas de las Pictografías, y Martín Chirino, visitaría el barranco de Balos para hacer suya esa espiral grabada en los cantos, que le conduciría hacia la fama y el reconocimiento internacional.

Los impulsos de la innovación, los nuevos automatismos y el informalismo, encontraban en los grabados rupestres de las islas y las pintaderas de Gran Canaria un pensamiento abstracto y simbólico que autentificaba la búsqueda del yo más profundo.

La reciente escultura de Paco Suárez nos obliga, una vez más, a contemplar el insoslayable arcaísmo de las huellas humanas en Gran Canaria y a conjugarlas en otra nueva etapa de la modernidad artística. Su escultura surge a partir de una dinamización espacial del signo plano, una libre adaptación e interpretación de figuras antropomórficas y motivos simbólicos cuyo último sentido jamás podremos descifrar. Es esta plasticidad que emanan los grabados de Balos que le inspiran a crear toda una serie de esculturas en tres y dos dimensiones, tallas en madera de carácter expresionista, relieves recortados en madera, y paisajes a partir de los huecos creados, una escultura que abarca el impulso sagrado del imaginario primitivista y acaba en la descripción de la geografía real de la isla.

Las tallas escultóricas alternan volúmenes bruñidos y lisos con zonas rugosas de surcos, que evidencian el gusto (o la necesidad) del artista por la textura de la gubia, la marca que autentifica la talla y su esencial manualidad. Algunos de estos seres antropomórficos se alzan como entes protectores, signos y afirmación del hombre en su territorio, o jeroglíficos de un origen mítico y pre-humano. Las figuras fundidas en bronce, sin embargo, sugieren una filiación más concreta con los ídolos del neolítico, por sus líneas y masas equilibradas, y su corporeidad más armoniosa. Destaco especialmente, su criatura tótem y fálica que abre las piernas y las manos, anclada a la tierra por un gran tercer pie fálico. Al ver esta pieza confrontamos la intemporalidad de un signo, el arcaísmo del mito que subyace aún en la parte más remota de nuestro cerebro límbico, y que el hombre contemporáneo aún lleva inscrita en el código de su identidad (sea o no consciente de ello). El arte, en el fondo muy similar al psicoanálisis, es uno de los pocos vehículos que expresan las zonas desconocidas de la mente. Otros seres-signo surgen asentados sobre eses gigantes, o serpientes generadoras, en una cópula misteriosa de fuerzas.

De esta exposición preliminar y más tradicional, Paco Suárez nos lleva a sus seres bidimensionales, recortados en planchas de DM o contrachapado, que tendrán un valor axiomático. Representan la forma deseada y trazada, y el hueco “a fecundar” que el artista transformará en ventana al paisaje, la geografía dentro del hombre o del ser primigenio (el hermafrodita de Platón). La imagen es por tanto, de modo elíptico, el origen del paisaje, y de toda visión externa (otra función del cerebro puesto que lo que vemos radica en los procesos electro-químicos de nuestra mente).

Los antropomorfos en dos-D se transforman a su vez en esculturas-pinturas, ya que sus cantos se remarcan en tonos primarios y sus superficies se hacen soporte de visiones abstractas y orgánicas. Algunos de estas criaturas policromadas parecen ofrecernos el envés abstracto de mapas, de células y tejidos bajo el microscopio, incluso de erupciones volcánicas, micro cuadros herméticos que nos devuelven al origen generador del cuerpo. Esa pintura epidérmica y simbólica es quizás la antesala del tercer estado de esta nueva etapa de Paco Suárez, las siluetas escultóricas en cuyo interior nacerán y habitarán paisajes.

El propio autor reconoce aquí su gusto por ese fantástico truco óptico del genial René Magritte, el paisaje dentro de la oquedad, la ventana al mundo practicada en la materia obtusa de la roca, la madera y el cuerpo. Suárez entronca así, aunque sea solo tangencialmente, con otra de las dinámicas transgeneracionales de la modernidad artística, el surrealismo. Debemos tener presente que en ningún momento desea inscribirse en esta corriente, más bien remeda uno de sus procedimientos.

Los cuerpos silueta nos abren la vista, proporcionan el marco orgánico, a playas sembradas de  sombrillas, a jardines privados, a la flora local, a campos de amapolas de las medianías altas, a plataneras. Los marcos se convierten a la vez en esquemas activos de color, en perímetros que activan e interactúan con el icono escondido, en una nueva desmaterialización surrealizante del encuadre formal. Desde la serena Agüimes, con sus extensiones solitarias y abiertas, con su metafísico silencio, Paco Suárez signa una galería tridimensional y polimórfica de símbolos y sentidos que siguen nutriendo la vitalidad de un diálogo cultural que solo unos cuantos desgraciadamente apreciarán en todas sus acepciones. No solo se trata de asimilar un puñado de datos sobre nuestra antigüedad remota, sino de saber que ésta aún nos conforma y que penetra el tiempo trascendiéndolo.

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José Arcadio Suárez Álamo, profesor de literatura

¿Por qué nos cautivan una historia o una simple escena, por qué nos atrapan en sus redes una canción, o un poema, o un único verso? ¿Se trata sólo de afinidades sentimentales o entra en juego el goce estético? Dicho de otra manera: ¿sería posible sólo apreciar estéticamente por ejemplo un buen verso, sin que establezcamos algún tipo de empatía emocional con él?

Yo no sé de escultura, como tampoco «entiendo» de tantas otras facetas del arte. A base de años de estudio, de dedicación y de hondo fervor, algo puedo decir de una de las manifestaciones del arte, la que atañe al uso de la palabra: la Literatura. Por eso ahora más que de escultura escribiré de poesía… Pero, ¿acaso estamos nombrando dos artes tan dispares? ¿O sólo son dos modos levemente diferentes de plasmar similares aspiraciones del ser humano? En resumen: ¿no son lo mismo la Poesía y la Escultura?

El poeta andaluz, español y universal Antonio Machado concebía la Poesía como ‹‹una honda palpitación del espíritu, lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo.›› Y en otro momento añadía que la Poesía es ‹‹palabra esencial en el tiempo››. De ambas definiciones, y sobre todo y por encima de todo, de la lectura de su obra poética, llegamos a la constatación de que la de Antonio Machado es una poesía intensa, en la que lo fundamental es la sensación que despierta, no la belleza elaborada, una poesía en que la escasez de recursos deslumbrantes no se añora a la vista del gran poder connotativo de los elementos sencillos que la componen. Y también descubrimos la importancia de ese ‹‹contacto con el mundo›› , una poesía que dialoga y responde a las inquietudes que rodean a un poeta que no se aísla en inalcanzables «torres de marfil».

Si miro las esculturas de Paco Suárez también siento en ellas la aspiración a la esencialidad, la concentración, la intensidad a la que aludía Machado. Y del mismo modo no puedo dejar de ver esas esculturas como el particular diálogo del artista Paco Suárez con el mundo que le rodea, ese contacto -del que también hablaba Machado. con su mundo (que es nuestro mundo), el modo elegido por este artista de llevar a la escultura el amor, la pasión por su tierra y por sus gentes, por sus costumbres y por su historia.

Otro poeta al que admiro, el periférico autor catalán Joan Margarit, también ha puesto por escrito su poética y, entre otras jugosas consideraciones, nos lleva por sendas similares a las de Machado cuando afirma: ‹‹es probable que la poesía sea tan sólo una cuestión de intensidad. […] La poesía ha de ser exacta y concisa. Intensidad quiere decir concentración››. Intensidad, concisión, concentración… Cambiemos sólo la destinataria de la definición, sustituyamos la poesía por la escultura y estaremos hablando de lo mismo, de Arte. Las imágenes de Paco Suárez son por ello poemas sólo que levantados con mimbres diferentes. En el fondo, como ocurre con un poema, estas esculturas concentran, atrapan el momento y evocan una sensación o sugerencia, una idea o una reflexión. Paco «desdice» la frialdad de los materiales empleados. Sus figuras están vivas y cuentan su historia, sus vivencias, hacen perdurable su mensaje. Me llaman por ello la atención los rostros, cómo percibimos -si prestamos atención y le sumamos predisposición imaginativa- la historia del personaje o cómo simplemente inventamos una historia para esa figura. Imágenes que concentran en un movimiento, un gesto o una mirada, todo un mensaje. Hablan sin decir, sugieren emociones desde el gesto contenido y detenido, desde la inmovilidad de su «ser». Ocurre por ello como en los versos que, inamovibles en su escritura, traspasan sin embargo los límites del tiempo y nos hablan desde la quietud de sus palabras. ¿No hemos oído, a pesar del tiempo transcurrido, cómo nos siguen hablando Manrique, Quevedo, Garcilaso, Rubén Darío, Lorca…? ¿No vemos cómo nos hablan, nos susurran su historia las empaquetadotas de tomates, el pescador, los moros del Tabor, la aguadora y si hijo, las mujeres que miran al futuro…? Criaturas (de creación), de un poeta o de un escultor como Paco Suárez, todas ellas nos seguirán diciendo durante mucho tiempo desde la concentración en que han quedado plasmadas.

También Margarit nos ha dejado recientemente esta otra perla: ‹‹El límite de la poesía es el de la emoción. Quiero decir que no me interesa el poema que no contribuya a hacerme mejor persona, a procurarme un mayor equilibrio interior, a consolarme, a dejarme un poco más cerca de la felicidad, sea lo que signifique ser feliz››. Estoy plenamente convencido, porque lo conozco, de que Paco Suárez suscribe esa aspiración que el poeta vierte en su afirmación. Yo creo, desde luego, en una creación -sea poética, cinematográfica, arquitectónica, pictórica, musical o escultórica- que busque como objetivo último esa emoción de la que habla Margarit. En el fondo simplemente se trata de que el sentimiento prime sobre el entendimiento.

Última referencia. Nos cuenta el escritor Vila-Matas cómo al autor checo-universal Franz Kafka le atraían ‹‹las esculturas sólidas y compactas›› que daban al espectador la posibilidad de fijarse en ellas, frente a las imágenes del cine ‹‹que pasan raudas y no pueden ser «fijadas» y no permiten ser pensadas››. No vamos a entrar en inútiles disquisiciones ahora sobre la primacía del cine o de la escultura, como tampoco antes lo hemos hecho sobre la poesía. Al fin y al cabo hablamos de arte, de artes, y ante cualquier manifestación artística es nuestra subjetividad la que establece se escala de valores. Lo que sí me llama la atención es el hecho de que aflore otra vez el deseo de captar emociones desde la concentración y la «aparente» inmovilidad de una escultura, y subrayo lo de aparente por cuanto queda claro que no puede ser del todo inmóvil algo que es capaz de despertar sensaciones vivas.

Sea cual sea el arte del que hablemos o hacia el que volvamos la vista, al final nos encontraremos con que simplemente cada arte tiene sus códigos y en todas las artes caben la excelencia y la vacuidad, lo sublime y lo miserable, la esencialidad y la insustancialidad, la trascendencia y la manipulación… En las esculturas de Paco Suárez percibimos siempre el afán por trasmitirnos emociones. ¿Qué más se puede pedir a un creador?

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Carmelo Jiménez, doctor en Historia del Arte

Me identifico con aquellas expresiones que por sencillas y evidentes pueden transmitir emociones y provocar en cada uno de nosotros inquietudes y sentimientos que son sólo posibles para quienes tienen la sensibilidad artística de encontrar en una manifestación artística cuanto de sugerente conmueve nuestros sentidos. Y así encuentro yo la obra del compañero Paco Suárez, cargada de emotividad y expresividad que produce en el espectador una reacción que no deja a nadie indiferente.

La temática hiperrealista exagera la realidad que nos rodea, acaso porque la propia realidad de la sociedad actual obliga a muchos artistas a expresar mediante un realismo exacerbado, lo que consideran objeto de crítica y denuncia. Pero no es precisamente esta variante la que motiva al compañero Paco Suárez, sino la de un realismo costumbrista en la línea de maestros como Francois Millet. Temas como “La aguadora con su hijo”, “El pescador”, “La quesera” o “El voluntario”, son de indudable temática social, impregnada de compromiso personal y de indudable temática actual.

La ejecución de sus obras me recuerda el trabajo de otros artistas como Rodín en sus inicios donde la belleza deja paso a un realismo veraz que con el tiempo son impresiones de vivencias extraídas de la observación de una realidad. Por eso, los rostros de las empaquetadoras de tomates no expresan intención de belleza en sus rasgos, sino tan sólo aquello que apreciamos, y no es otra cosa que una situación viva. Así entiendo yo la obra del compañero Paco Suárez, como una obra viva y abierta al espectador. Cuando se observa la obra de grandes maestros del arte universal como Henri Moore, Archipenko, Calder o Tapies, vemos ejemplos de inquietud anímica y de búsqueda de nuevos materiales con los que identificar esas inquietudes, que a fin de cuentas constituyen la idea de cada una de sus representaciones. Y valoramos cuanto de innovador tienen en la trayectoria de la creación plástica del presente siglo, pero a mí personalmente, me dejan en muchas ocasiones indiferente. No pretendo en modo alguno infravalorar las manifestaciones de aquellos a quienes la crítica especializada ha otorgado un papel destacado en la evolución de la plástica contemporánea, pero sí indicar que ante una instalación de Calder o del famoso calcetín de Tapies para el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña), yo me quedo con el homenaje a las gentes sencillas que expresan una visión mas cercana y sobre todo humilde.

Con relación a su obra pictórica llama la atención la variada gama de influencias artísticas que trabaja, desde una naturaleza muerta con manzanas, molinillo de café y almirez, no olvidando su constante de canariedad, en ese objeto tan nuestro como es el molinillo, amigo de tantas tertulias donde un buen café acompaña la charla del amigo, hasta una representación propia del más puro estilo pop art, que tanto gustaba a la sociedad neoyorquina de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, en esa bolsa donde aparece la referencia de un establecimiento comercial. Sus manzanas me recuerdan a Cézanne.

Creo que al tratar diferentes temáticas, donde incluso está presente una clara inquietud “fauve” en un desnudo cargado de expresividad y energía compositiva, indica una inquietud propia de un temperamento inconformista y que no se detiene ante límites estrictos ya establecidos convencionalmente.

La melancolía azul de Picasso se halla presente en la joven desnuda absorta a cuanto le rodea, con un cántaro como única referencia de la constante en sus composiciones: El sentido de lo local como reafirmación de una identidad canaria.

Y me gusta que sea así, porque el mismo Oscar Domínguez, cuando se hallaba en la soledad de su buhardilla en París, relataba a sus amigos lo que para él tenía de importante la inclusión de símbolos canarios en sus ensoñaciones, como la presencia de un drago, de la cuevas de los guanches… Ser fiel a su identidad incluso en un mundo de sueños. Y recordando la triste trayectoria de otro paisano muestro que también sintió en París la amargura de la lejanía, Néstor Martín Fernández de La Torre, observo en el paisaje de la villa de Agüimes, del compañero Paco Suárez, una cierta influencia de la obra de Néstor, cuando observo sus composiciones del risco de San Juan, tan llenas del colorido simbolista de esos años.

Me ha causado una grata impresión la obra del compañero, porque me identifico con aquello que forma parte de nuestro sentir, de ahí las referencias que observo en su obra de objetos, paisajes y gentes que son parte de “lo nuestro”, que nos enriquece y diferencia, tal y como un día dijera Alfredo Krauss a un periodista italiano tras una actuación en la Scala de Milán, al comentarle que “lo canario” lo llevaba muy dentro.

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Pedro Andrés Naranjo Jiménez, Licenciado en Historia del Arte por la Universidad Granada

El artista Francisco Suárez Díaz se ha convertido en un referente de la escultura urbana insular. De hecho, los municipios del sur y sureste de Gran Canaria -Agüimes, Ingenio, Santa Lucía de Tirajana o Mogán- son lugares en los que podemos admirar sus creaciones. El escultor es capaz de trasladar cualquier idea al bronce definitivo: ninguna temática se le resiste. Debemos resaltar su interés por el estudio anatómico del ser humano, que en definitiva es el destinatario de su creación, y su interés sobresaliente por la captación de la psicología de sus personajes, logrando acaparar la atención obligatoria del espectador. En este sentido, destacamos el grupo escultórico “Empaquetadoras de tomates”, que se halla en una rotonda del Carrizal de Ingenio, o la escultura en homenaje al Señor Elías en la Plaza de Playa de Mogán. En ambos casos, la comunicación arte-espectador es inmediata y produce admiración. También es destacable la preocupación por captar los rasgos identificativos físicos y psicológicos de personajes del acervo cultural canario en los bustos y esculturas que ha realizado para los municipios ya señalados. Pero no sólo en el terreno de la figuración se desenvuelve el artista, pues su obra “El futuro es Mujer” se halla más cercana a la semifiguración y refleja su doble vertiente creadora y docente. Con una inusitada precisión y simplicidad de líneas en un espacio ideal -mirador de las Crucitas en Agüimes-, convierte su obra en un icono para la coeducación, logrando con ello un hito en la escultura insular de la provincia de Las Palmas, pues es la primera vez que una obra representa a LA MUJER alejada de temáticas muy repetidas y tradicionales: maternidad o mujer asociada a multitud de funciones: enseñante, aguadora, aparcera, pescadora…. En esta ocasión la temática nos habla de una clara apuesta por una igualdad real de oportunidades que nos lleven a una comunicación entre ambos sexos basados en el respecto, convivencia y diálogo creativo.

En definitiva, quiero hacer constar la doble capacidad de Francisco Suárez Díaz para comunicarse con la sociedad a través de su arte: docencia y creación, binomio fundamental para que se produzca una interesante y enriquecedora comunicación.

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Elsa de la Hoz González, Licenciada en Bellas Artes, profesora y pintora

El pasado como recreación emotiva se transforma en presente.

Las esculturas de Paco Suárez dialogan con el medio y su gente.

Realistas y de textura cálida, transmiten bondad.

La importancia que para el escultor tiene la “pequeña” memoria histórica se hace evidente en gran parte de su obra.

La obra escultórica de Paco Suárez tiene como característica común el buen hacer que se traduce en el dominio de los conceptos claves de la escultura de todos los tiempos, una técnica de factura clásica que no pierde nunca frescura.

Llama la atención la elección de los detalles, los objetos que acompañan a sus personajes, gestos, posiciones,…logran una interacción inmediata que va directa a la parte, bien de la memoria bien de lo que nos hubiera gustado vivir o de lo que nos gustaría encontrar a lo largo de nuestra vida.

Dan ganas de conocer a los personajes que este escultor recrea y “construye” porque son parte suya, salen de su universo, de su sensibilidad, de lo hondo de su ser, donde en un momento de su experiencia vital aparecen seres como aquellos, pedazos del paisanaje de su querido Agüimes o de su fantasía, provista de detalles y sutilezas.

Ese rescaño de la percepción visual y estética que pasa a través del corazón, florece al observar su obra.

Paco Suárez te invita a establecer una relación con sus esculturas, siempre creativa pero además afectiva.

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Antonio Lozano González, profesor y escritor

Si accedemos a Agüimes por la escarpada subida que hasta ahí nos lleva desde el Sur, nos encontramos frente a frente con una escultura que, sobre su atalaya, proclama que el futuro es mujer y que la Villa asume tal afirmación con orgullo.

La obra, de dimensiones adecuadas al mensaje, es una creación de Paco Suárez Díaz, hijo de esta tierra en la que sí es profeta y autor de algunas de las esculturas que conforman el museo al aire libre en que se ha convertido el municipio.

Paco Suárez ha realizado la mayor parte de su obra durante los últimos años, un periodo fecundo en que entra con pie firme y en el que, para bien de todos, aún permanece.

Desde el ya mencionado Homenaje a la mujer hasta la entrañable Mariquita la de los chochos -la mujer más fotografiada de Agüimes, a la que nunca le falta la compañía de niños juguetones o adultos cautivados por su profunda humanidad-, las esculturas de Paco Suárez dan voz a la historia de los hombres y mujeres de la Villa.

Porque si algún elemento caracteriza su obra, es sin duda la presencia en ella del ser humano. Paco ha devuelto a las calles de su Agüimes a los personajes, de manera concreta en unas ocasiones –como es el caso de Mariquita-, y en otras simbólicamente –las dos mujeres que acogen al visitante llegado del Sur- representan la esencia de lo que ha sido antaño y es hoy nuestro pueblo. Así nos encontramos, en la amplia rotonda del Cruce de Arinaga, al levantador de piedras que nos habla del rico pasado aborigen de Agüimes, un pasado que ha dejado huella profunda en la identidad de nuestro pueblo. En el muelle de Arinaga se sienta un pescador que rinde homenaje al carácter marino del Agüimes costero, carácter que impregna la vida y la personalidad del agüimense, ese ser formado de mar y tierra. Y, al llegar a Temisas, una aguadora nos anuncia que hemos alcanzado uno de los más hermosos caseríos tradicionales del archipiélago, un lugar que parece, desde su privilegiada altura, cuidar de la buena salud de nuestras tradiciones.

El Palacio Episcopal representa la singularidad histórica de Agüimes, su condición secular de señorío episcopal. El parque que lo alberga, llamado de los Moros por los vínculos del edificio con el tabor de regulares que se instaló en la Villa, acoge otra de las obras de Paco Suárez, que se convierte una vez más en el cronista de la historia popular de nuestro pueblo: sobre uno de los bancos, conversan en torno a una pipa de kif dos de aquellas personas que se establecieron en un lugar lejano a sus hogares y que dejaron una huella que las décadas transcurridas desde su partida definitiva no han podido, ni querido, borrar.

Mariquita, los moros del tabor, la aguadora, el pescador… no es Paco retratista de reyes ni potentados, sino del pueblo sencillo que es quien, con su sudor, construye la verdadera historia de los pueblos y les confiere identidad. Su labor es encomiable: devolverles a los auténticos protagonistas el lugar que les corresponde en las calles de Agüimes y en el corazón de los agüimenses.

Si Paco te habla de su trabajo de escultor, verás sus dedos moldear el aire con afán de transmitir lo que para él significa el oficio, con gesto que delata su doble condición de profesor y de artista, en un esfuerzo por sacar de sí mismo su pasión por reproducir el mundo para ofrecérselo a los demás.

Vano intento. El artista es el artista y los demás nos conformamos con descubrirlo en su obra creativa. Y cuando procede de un hombre con el talento de Paco Suárez, conformarse con eso es un premio.

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«Preciosismo y vitalidad» por Antonio Morales Méndez, Licenciado en Historia del Arte

Mariquita rodeada de niños que la abrazan y acarician como cuando nos vendía chucherías, los moros del Tabor, la madre de Temisas, las mujeres dueñas del futuro, el pescador solitario, los trabajadores del tomate…. son algunas de las expresiones artísticas de este escultor agüimense, formado en Bellas Artes en la Universidad de La Laguna, donde empezó a aprehender el dominio de un oficio, el dominio de una técnica, más allá que como un simple instrumento, sino como un extraordinario catalizador de emociones.

Si para juzgar una obra es fundamental el análisis crítico de los entendidos, no es menos importante la aceptación del espectador. En el caso de Paco Suárez, su obra, distribuida por distintos municipios, siempre en espacios públicos, ha conseguido tocar de lleno los sentimientos de aquellos a los que va dirigido su empeño artístico.

Paco ha convertido su labor en un mundo de sensaciones que se integra y convive, de manera estrecha y cercana, con su entorno y sus moradores. Ha sabido establecer una relación con los ciudadanos desde la ejecución formal de una idea que ha impregnado de historia y de vida, cuidando los detalles con minuciosidad y preciosismo, sin obviar la expresión vital más íntima y, por tanto, más profunda, de la figura que modela.

Para los que hemos podido seguir de cerca el progreso creativo de algunas de sus obras, hemos sido testigos de cómo una idea, una foto o un modelo, empieza siendo un manojo de hierros y mallas a los que va añadiendo barro, pasión, entusiasmo, corazón…, hasta ir haciendo posible una figura que cobra vida, expresión y sensibilidad, más allá de los cánones formales que contribuyen a la creación de una obra de arte.

A lo largo de su andar por el mundo de la escultura, el más visible y al que ha dedicado más esfuerzo en los últimos años, Paco Suárez nos ha ido legando un trabajo coherente, riguroso, pleno de formalidades estéticas pero también de sensaciones y valores que tienen bastante que ver con la historia de este pueblo y con los hombres y mujeres que han construido su historia.

Con su obra, Paco Suárez ha colaborado de manera notable a hacer posible la creación de un modelo de museo escultórico al aire libre, que más allá de diatribas de lo que debe ser el arte urbano, ha conseguido captar la atención y avivado los sentimientos de una colectividad, que ha sabido comprender que detrás de los conceptos y la materia, se encuentra un artista que ha sido capaz de crear todo un universo de personajes que nos acompañan cada día, llenos de vida, por nuestras calles y plazas.

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«Memoria en bronce» por Juan Antonio Brito Curbelo, licenciado y profesor de Historia

Lágrima de hielo y agua sobre el bronce al sol. Crear para sobrevivir al tiempo y a la vida. Antepasados reflejados, hombres y mujeres, sangre y aliento plasmado sobre el frío bronce. Solloza el niño-grande. Sonríe mientras modela en barro y arena, con salitre y viento. Espectros del pasado que lo adelantan y se le enfrentan. Estirpe del señorío que le grita sin sonido. Calor y ternura de madre y ejemplo de padre.

Hijos de carne y hueso e hijas de metal y sueño. Elección consciente, decisión del destino. ¿Qué piensan las figuras, las esculturas, las criaturas de Paco Suárez sobre su creador? Semen, barro, bronce, agua y fuego. Creando por amor, inventando por encargo. ¿Y la pasión?

Hombre grande, persona interminable. Tan grande y rotundo para ser un creador. ¿Una máscara? ¿Dónde se esconde la sensibilidad para crear? ¿Qué piensan las criaturas de su creador Paco Suárez? ¿Qué piensan? ¿Sienten o sólo representan?

¿Qué tienen los ojos de las esculturas de Paco Suárez? ¿Por qué miran de esa manera? ¿De qué manera miran? Las miradas de sus esculturas. Se mira y no se refleja, se miran en el creador y no se encuentran.

¿Tienen miedo? ¿Tienen miedo sus figuras? ¿Por qué no esculpes el miedo? ¿Por qué no miran, por qué no ven? ¿Quién les robó las miradas? Dicen los viejos bocetos que una noche, estando el escultor en su estudio, se vio reflejado en la mirada de una de sus obras. Tenía tanta vida aquella mirada, contenía tanta fuerza, tanta verdad que la mató. Desde entonces se le ve deambular sin rumbo buscando la mirada que le dé vida a sus obras.

Esta es la historia de un hombre que le tenía un miedo atroz a la muerte, quería vivir eternamente y creó hijos para perpetuarse en el tiempo, quería ser eterno, inmortal. Creó en bronce. Memoria en bronce para un corazón que no quería morir.

Figuras esculpidas con el viento del sureste. Figuras creadas para la memoria del viento del Atlántico. Figuras de tierra, viento y sol. Duras para resistir, quizás demasiado duras para expresar los sentimientos del autor. Quizás demasiado rígidas para y por el encargo. Encerrado desde niño en un cuerpo grande no sabe o no se atreve a liberarse, a expresarse. Llora Paco, llora y crea. Crea llorando, riendo, viviendo. Demasiada contención en vida y en la creación. ¿Y la pasión?

Levantando la piedra, mirando al futuro con cara y cuerpo de mujer (grietas en la piedra, grietas en el alma, paso del tiempo), dando agua, ofreciendo golosinas, disfrutándolas también tú, tomateras del sur fruto del dolor y de la sequedad de la tierra, moros en el corazón de Agüimes, voluntario urbano, pescador solitario (pescando el tiempo que no se detiene y que se nos escapa de las manos).

¿Tienen alma las criaturas de Paco Suárez? ¿Dónde están? ¿Cómo nacieron? ¿Por qué las parió así?

Las gotas de sudor del pulseador, el cansancio y desesperanza de las aparceras, la dulzura de la mujer que calma mi sed, la calma-paz del moro en territorio extraño-amigo y antecesor inconsciente de sus compañeros de patera, el hombre al que no le pesa un niño o mil en sus brazos, las mujeres recortando el cielo e imaginando un luchado futuro, el salado de los chochos para una dulce alegría infantil en una plaza, en tu plaza, en las plazas repetidas de tantas y tantas infancias añoradas, la soledad del viejo pescador en un muelle en el que aún golpean y rebotan los momentos felices de unos niños cogiendo olas.

Figuras estáticas, demasiado fijadas al suelo, demasiado hieráticas para la pasión que encierran, brotes de vida demasiado atadas al presente, vienen del pasado, conforman nuestro presente y con vocación de futuro se lanzan a devorar el porvenir, ¿Por qué no les dejaste salir y demostrar sus entrañas? ¿Por qué el bronce se convirtió en coraza y no en reflejo? ¿De qué tienes miedo creador? Las criaturas son reflejo de su autor ¿Temor a mostrarte desnudo en tu obra? Corazón de bronce. Solloza el niño-grande.

Instantes más segundos, veranos y primaveras, arrugas añadidas al álbum, besos y desamores, bronce sobre bronce, olas dentro de la misma ola… paso del tiempo… muerte y vida. La obra sobrevive al autor. Paco Suárez se fue, Paco Suárez permanece. Su obra se mantiene, su memoria también. El niño-grande lo consiguió. Eres inmortal viejo amigo.

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Recuerdos, por Antonio Rodríguez Martín, profesor

Me llamo Antonio Rodríguez Martín, soy natural de la Villa de Agüimes y habito en la actualidad en el municipio de La Aldea de San Nicolás. Ejercí como Profesor de Primaria y primer ciclo de Secundaria a lo largo de unos 40 años, y disfruto de una jubilación Logse. Aprovecho la ocasión que me brinda esta página Web para expresar a través de ella una serie de RECUERDOS que llevo celosamente guardados en mi alma desde hace mucho, mucho tiempo.

Recuerdo que, con fecha de 15 de Septiembre de 1969 tomé posesión como Maestro Propietario Provisional de la Escuela Parroquial Graduada de San Sebastián de la Villa de Agüimes, dependiente del Consejo Escolar Primario del Patronato Diocesano de Canarias, ubicada en el edificio “JESÚS SACRAMENTADO”, inmueble en el que había realizado su actividad educativa la Congregación de Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Para dar continuidad al formidable y dilatado magisterio ejercido en el municipio y su entorno por las dos Comunidades Religiosas tuteladas por la Testamentaría de doña María Jesús Melián Alvarado, el Presbítero don José Cárdenes Déniz me hizo partícipe de su proyecto de proponer, como docentes para cubrir los nuevos puestos de trabajo, a profesionales formados en ambos Centros de Enseñanza. Ni que decir tiene que asumí gozoso esta iniciativa de don José Cárdenes Déniz y que me permitía una cierta complicidad con uno de mis más ansiados sueños

Recuerdo que, si bien la citada Escuela Parroquial Graduada, dependiente del Patronato Diocesano de Canarias, adquirió rango de Definitiva con fecha de 16 de Septiembre de 1970, fue esa primera etapa de funcionamiento Provisional la que marcó su línea de trabajo sentando las bases de un quehacer que le granjeó el prestigio cosechado a lo largo de su existencia. Contribuyó a acelerar este reconocimiento, de una parte, la estima y el agradecimiento al trabajo ejercido con anterioridad por ambas Congregaciones Religiosas establecidas desde mucho tiempo en Agüimes; de otra, el trabajo en equipo, esforzado, generoso y altruista de los diferentes Claustros de Profesores, cohesionados por vínculos de amistad, entusiasmados en un mismo afán de servicio e imbuidos del espíritu y la pedagogía lasalianos; y coadyuvó aún más, si cabe, la total y espontánea implicación de los Padres de Alumnos, conscientes de la trascendencia de la educación, en un proyecto de futuro para sus hijos en el que hacían oídos sordos a los más que seductores cantos de sirena orquestados en aquellas fechas por el emergente mercado laboral del sector del turismo.

Recuerdo que, en mi caso, existía un motivo más añadido a los ya reseñados y que marcaría la pauta de lo que iba a ser mi trayectoria profesional futura. Sí. La suerte me tenía deparada una feliz coincidencia: me había correspondido liderar una promoción de jóvenes alumnos (he podido comprobar, a lo largo de mi andadura docente, que tal circunstancia se suele repetir por “camadas” cada cierto tiempo) que constituyó mi mejor regalo en la carrera, mi motivo de orgullo como docente, mi referente a lo largo de casi cuarenta años de ejercicio de la profesión.

Recuerdo que aquel Curso resultó, a nivel personal, pródigo en nuevas, estimulantes e inolvidables sensaciones que, como dejo dicho, determinaron gratamente mi actividad educativa. Para empezar, representaba todo un reto ejercer la docencia en el pueblo de nacimiento, haciendo caso omiso del “Nadie es profeta en su tierra”, por lo que implicaba de asunción de compromisos.

Recuerdo que también tuve oportunidad de comprobar la veracidad del consejo de Patronio al Conde Lucanor: “Si al principio no muestras quien eres…” pues me estimulaba y comprometía, desde el inicio, a ejercitar con mis alumnos la duda, la crítica y el contraste entre lo aprendido y lo vivido; a propiciar el encuentro entre la escuela y el entorno social, afectivo y emocional en el que se encontraban inmersos; a utilizar el descubrimiento crítico de la realidad frente a la mera acumulación de conocimientos “en conserva”; a hacerles partícipe de su propia cultura y de su propia historia, estableciendo a priori las pautas de comportamiento, fijando objetivos claros y precisos a alcanzar, así como los mecanismos para conseguirlos y la aplicación práctica de los mismos en la vida.

Recuerdo que, esta promoción de alumnos me brindó la oportunidad, y la posibilidad, de llevar a la práctica una serie de proyectos que bullían en mi mente en orden a iniciar otros senderos en los procesos de Enseñanza-Aprendizaje, caminos que favorecieran la construcción de conocimientos, destrezas, habilidades, actitudes, valores y conductas afectivas que permitieran la maduración y el desarrollo de los educandos como personas. Emprendía, así, una nueva concepción de la Escuela que pretendía, poco a poco, abrirse a la sociedad, sacarla al sol, airearla, llevando su espacio de actuación, no sólo al concreto de su realidad física, el edificio, sino ampliarlo al entorno en el que se movía.

Recuerdo que las Matemáticas Modernas irrumpieron por vez primera en las aulas del “Jesús Sacramentado”, Y que la música, el teatro, el dibujo y la pintura, las manualidades, las actividades extraescolares, el jardín escolar, la proyección de películas y documentales con fines didácticos,… como Áreas del Currículum Escolar, o partes de ellas, tuvieron un tratamiento especial, ilusionante y esperanzador, propiciado, tal vez, por contar con un Centro modelo en infraestructuras, dotaciones y equipamientos que no podía ofrecer la Enseñanza Pública del momento.

Recuerdo que el deporte y los juegos al uso cobraron vida en los alborozados corazones de cada alumno desbrozando, literalmente, con sus manos y con sus pies, el terreno de siembra que nos sirviera de improvisada cancha hasta convertirlo en polvorienta pista polivalente, trocando el ocre de la realidad por el verde de la esperanza en un mejor futuro. Y, así, el polvo, el sudor, la ilusión y su inagotable imaginación espolearon sus mentes a descubrir horizontes nuevos, propiciado todo ello con sus habituales y anheladas confrontaciones futbolísticas con otros jóvenes de Santa Lucía, “Casa del Niño”, Fataga,…

Recuerdo que, en aquel alborear del Patronato, conocí a un chiquillo flaco y espigado; de afiladas facciones y de tez clara; de mirada expresiva, franca y serena. Algo ensimismado, aparentaba un cierto retraimiento o, simplemente, un mal disimulado pudor que uno achacaba a la falta de experiencia en la vida; no obstante, se le veía muy seguro y directo en sus razonamientos. Se llamaba Francisco Suárez Díaz, era muy comedido en sus actuaciones, singularmente respetuoso con todos los compañeros y precozmente consciente de su valía. Sí, yo diría que empezaba a forjar su incipiente personalidad: inquieto, inteligente, muy trabajador, participativo y con una permanente sonrisa en los labios. Por ponerle un pero, por aquel entonces parecía un tanto desgarbado en la práctica del fútbol, pan nuestro de cada día, pero no rehuía su implicación en el mismo.

Recuerdo que Paco Suárez Díaz me traía a la memoria, muy mucho, a su padre, persona muy querida y respetada en el pueblo. De un proceder comedido, respetuoso, servicial y con un cierto halo a caballero andante, tanto por sus buenas maneras como por su físico, el progenitor de Paco Suárez, intuía yo, ejercía sobre su hijo una especial ascendencia que resultaba de todo punto muy positiva, salvando las distancias de la edad, por supuesto. Efectivamente: Don Francisco Suárez, padre, era todo un caballero. Y su hijo, la prolongación de sus virtudes como persona.

Recuerdo que Paco Suárez Díaz, descollaba entre sus compañeros por su notable habilidad para el dibujo, pericia que dejó meridianamente clara con la presentación de un boceto a lápiz para la decoración de una pieza teatral que preparábamos. Barruntando cualidades, le animé a que lo plasmara en grande, y a color, para que sirviera de telón de fondo que ilustrara la escena de la representación teatral. ¡Fue todo un acierto!

Recuerdo que, animados por el éxito, nos aventuramos cierto día en una visita a un Centro Comercial de Las Palmas de Gran Canaria con la idea puesta en la adquisición de los más elementales y módicos útiles necesarios para la práctica de la pintura, pues Paco Suárez atisbaba maneras que prometían un más que probable maridaje con el mundo del arte; se intuía en él, cercano, el alumbramiento de un nuevo amanecer en el que los colores, las formas y los volúmenes brotaran de sí con la fuerza, la expresividad y el realismo que avizoraba. ¡Y no me equivoqué!

Hoy, los recuerdos afloran a mi mente y se traducen en gratificantes emociones. Emociones de un reencuentro, de un abrazo entre el ayer y el hoy; entre el pasado y el presente; entre la promesa y la concreción de la misma; entre la utopía y la realidad… Inexorablemente, las circunstancias de la vida nos han alejado al profesor y al alumno. El contacto físico se ha roto por mor del tiempo y de las distancias de todo tipo. El afectivo, no. Ha permanecido aletargado, como el arpa, en espera de la ocasión propicia.

Hoy, el reencuentro con el ayer ha encendido, mejor, ha inflamado, ha enardecido los ánimos insuflando nuevos bríos, si cabe, al cúmulo de ilusiones, proyectos, intenciones, propósitos, de sueños de antaño que el tiempo, la voluntad decidida y el trabajo a conciencia se han encargado de hacer realidad.

Hoy constato que Paco Suárez, una gema que me cupo el honor de ayudar a descubrir, es toda una gozosa realidad, un artista consagrado. ¡Y en su pueblo! ¡Y, encima, enarbolando el testigo de la docencia que me ha correspondido cederle! Seguro que, como antes hiciera con él, la exigencia en el trabajo bien hecho será la mejor garantía para la conquista del futuro por parte de sus educandos.

¡Por supuesto que sí!: Todos estos recuerdos hacen que hoy me sienta felizmente identificado en su quehacer, y que me enorgullezca de contribuir humildemente con mi granito de arena a la proyección de mis ilusiones más íntimas aupadas a su persona.

Hoy levanto mi copa y brindo por ti, Paco Suárez, y por los otros compañeros de promoción tuyos que, igualmente, han superado con creces al maestro y le conceden la corona más preciada: la de trascender en el tiempo a lomos del buen hacer de sus discípulos…

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